viernes, 29 de junio de 2012

Dolor que Brilla


Fue entonces cuando, dentro de esa burbuja de tranquilidad y en soledad, recordé cada paso que di para llegar a aquel lugar que tan familiar me resultaba. Llevaba recorriendo la inmensa península a pie lo que para mí había sido una eternidad.
Comencé mi camino en Sevilla, alegre y dulce tierra mía, y a pesar del poco tiempo que había estado de viaje, no conocí a gente tan interesante en toda mi vida.
Cuando andaba bajo el ardiente y suntuoso sol, allá por agosto, en la bonita ciudad de Murcia, tuve la gran oportunidad de conocer a una maravillosa familia, liderada por una afable anciana de pelo cano y mirada melancólica. La pobre mujer, sentada en su antiquísima butaca, en el porche de la casa que daba al inmenso y verde prado, siempre mirando al vacío, pensando en Dios sabe qué. Fue una vez la que pensé que no me oiría si jugaba un poco con la divertida mascota de su nieta, un bonito perro de pelaje suave y marrón. Me dispuse a lanzarle un trozo de madera reseca y no noté como se acercaba, sigilosa. Casi muero del susto allí mismo, pero una vez tranquilo, me cogió de la mano y creí ver la sombra de una sonrisa en su arrugado rostro. Dio un par de palmadas en el escalón de la entrada y me senté junto a ella. No dijo nada pero noté que lo último que quería era estar sola, por lo que me quedé con ella hasta que oscureció. Empezó a refrescar y le coloqué una manta de lana vieja sobre los hombros.
-          Sería mejor si entrásemos en la casa, señora.- Le dije haciendo ademán de levantarme.
-          Dice la gente de por aquí que todas las estrellas son personas a las que la vida ya les ha abandonado, y se sitúan cerca de los que fueron sus seres queridos para observarlos siempre que pueden. Como todo el mundo, deben descansar, pero ellas lo hacen por el día, al contrario de los que estamos vivos aún.
Me quedé pensativo esperando a que continuase, pero no parecía que fuese a hacerlo.
- ¿Conoce a alguna de las estrellas? – Le pregunté a la anciana observando todas ellas. Parecía como si de un momento a otro, su incesable luz se fuese a extinguir y dejar en tinieblas al interminable firmamento, pero pasaba el tiempo y eso no ocurría.
Oí la risa de la mujer.
-          Sí, claro que conozco a alguna, esa es la única razón por la que estoy despierta hasta tan altas horas de la noche. Es mi única oportunidad de mantener el contacto con esas personas, ya que por el día se desvanecen y, por más que las busque, no soy capaz de encontrarlas.
Pensé que era un razonamiento muy acertado y bonito el de aquella mujer, pero se aferraba a un cariño que ya nunca más tendría, y eso no hacía más que daño.

Recordando aquel lugar de Murcia, saqué, aún sentado en el pedrusco, una pequeña libreta enfundada en cuero y empecé a escribir poesía, como tanto me gustaba. En ese largo periodo de tiempo, ya que pasé allí la noche, me levanté varias veces en momentos de frustración, ya que perdía la inspiración fácilmente.
Cogía pequeños puñados de moras de las afiladas zarzas y las deleitaba rompiendo la fina capa de piel y notando el estallido agridulce en la lengua.
En un instante de desesperación absoluta, cuando la noche era muy cerrada ya, me cansé de seguir escribiendo. Me desplomé sobre la mullida hierba y dejé que las estrellas me cobijaran en aquella calurosa noche de mayo.

Koype ☼

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